¡Feliz Navidad!

Nuestra cultura occidental corre el riesgo de reducir la Navidad a una especie de fiesta de carnaval. “La Navidad laica es como una carcajada sin alegría”.

En la Nochebuena repetimos hasta la saciedad el deseo de felicidad a nuestros familiares y conocidos. Muchos SMS e Emails serán enviados esta noche formulando este mismo deseo. Por eso parece de sentido común que seamos capaces de responder a la siguiente pregunta: ¿Cuál es la razón especial para la felicidad en esta noche? ¿Qué tiene este día que no tengan los demás?

Paradójicamente, cuando nos falta la fe necesaria para gozar de la Navidad como la celebración del nacimiento de Jesucristo, de Aquel que vino al mundo para nuestra salvación, de aquel que es “Dios con nosotros”; ocurre con frecuencia que este tiempo suele resultar melancólico y hasta triste. Nos sobrevienen y nos martillean multitud de “pesadillas”:
·         la ausencia de seres queridos;
·         la melancolía por las rupturas matrimoniales;
·         las rencillas y enemistades familiares;
·         la constatación de muchos egoísmos;
·         el peso de los años y los fracasos de la vida;
·         el desamor;
·         el vacío existencial…
Ciertamente, una Navidad que no ponga a Jesucristo en su centro, como razón y sentido de nuestra existencia, se reduce a un carnaval al servicio del consumismo. Tenemos que abrir los ojos para comprender que a la estrategia consumista, no le interesa nuestra felicidad, por la sencilla razón de que la gente feliz consume menos. “La insatisfacción es el alma verdadera del comercio”.

En la película “Comprométete”, la protagonista afirmaba: «He llegado a pensar que la infelicidad es el auténtico motor del beneficio económico. Dos que se separan dan trabajo a abogados y jueces, multiplican por dos el número de casas y de coches, multiplican el consumo. Cuando yo me he sentido infeliz, he ido a comprar». Algo de esto parecía entender Santa Teresa de Jesús, cuando escribía sus conocidos versos: “Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”.

El consumismo desaforado es un mero refugio de nuestra infelicidad. El materialismo no consigue hacernos felices, aunque parezca que nos “consuela” de no serlo. El placer del cuerpo intenta suplir la infelicidad del alma. Y a ello nos aferramos, a falta de otra esperanza…

Decía Kierkegaard: “La puerta de la felicidad se abre hacia adentro, hay que retirarse para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más." ¡He aquí la clave de la felicidad! El materialismo no hace sino empujar hacia adentro la puerta, cada vez con más fuerza, y de esta forma cierra a cal y canto la apertura a la felicidad.

Y dado que uno de los más claros indicios de la felicidad es el agradecimiento, os quiero invitar a todos a la misa de Navidad, o dar gracias a Dios, bendiciendo la mesa esta Nochebuena Bendice, Señor, en esta Noche Santa, esta mesa y a los que en torno a ella nos reunimos, así como a todos nuestros seres queridos y a los que echamos en falta: En esta noche en la que viniste a nosotros, sin encontrar posada donde alojarte, queremos abrirte las puertas de nuestro hogar y las de nuestros propios corazones para que entres y hagas tu morada en ellos. Da pan a los que tienen hambre, y hambre de Dios a los que tienen pan. Concédenos la gracia de reunirnos un día toda la familia en la mesa celestial. Amén